viernes, 25 de noviembre de 2005

Mangos rebeldes


Y aquí vamos desparramando los segundos y la energía, cuando todo ello sobra y todo aquello permanece inmutable, mirándonos a medianoche y susurrando chao, hasta mañana.
Y descubres las secuencias de los mosaicos en las baldosas de la calle por donde caminas a diario, y te das cuenta de que la forma, la textura y el color están perdidos, como el campo pierde sus contornos bajo la lluvia. ¡Pero despierta! Aquí no hay espacio para esas idioteces ¿Y ahora qué no comprendes? Yo ya me uní a la maratón y tú aún pareces dormido, Para cuando abras los ojos no habrá que mirar y yo no jugaré a ser impredecible entonces.
Puedes arreglarte ese mechón en el vidrio de una vitrina, pero necesito que me acompañes ahora, que tomes esa maleta, des tres saltos por sobre el arco iris más alto mientras recitas una palabra con cada letra de Orégano.
Porque estoy enredada en la última sílaba de esa canción que hablaba del ruido imperceptible de un minutero y un horario, quizás los de ese reloj que odiaba, pero que me veía sonreír cuando te aparecías despeinado, descaifenado y guitarra en mano. Hazme un lado en tu boleta de servicio al cliente, que el gato juega con ese paraguas roto durante el primer agua-cero de otoño. Hazme un lado y yo doblo en la esquina donde dejé colgados algunos lunares para el cambio de luz en el semáforo antes de que caiga el siguiente avión por entre las ramas.